¿Necesitamos una Nueva Educación?
Cuantas veces en los últimos diez años nos hemos preguntado en distintos ámbitos si es necesario un cambio en la educación de nuestros hijos; sobre todo si la comparamos con la enseñanza que hemos recibido nosotros hace algunas décadas atrás.
Creo que lo que debemos hacer en principio es cambiar la mirada, dejar de lado marcar las faltas en los niños para despertar los talentos. Muchas veces, los seres humanos nos fijamos más en lo que falta que en lo que hay. Las razones pueden ser muchas.
Lo cierto es que a muchos padres les resulta más fácil recriminar a sus hijos por lo que suponen que deberían hacer, que reconocer los logros dentro de sus posibilidades. Esto también puede deberse a diversas razones, que pueden ir desde un genuino intento de motivación hasta un interés narcisista en que los hijos logren lo que ellos no pudieron.
Por razones similares, se creyó durante mucho tiempo que la función primordial de la educación, tanto familiar como escolar, era corregir errores, dando por sentado que el modelo de lo correcto era inmutable en el tiempo. Se pensaba más en cómo evitar que los niños se descarriaran, que en que lograran desarrollar al máximo sus posibilidades. El deber ser, se imponía sobre el poder llegar a ser.
Esto ha ido cambiando en los últimos tiempos, y tanto en la Psicología como en la Educación han empezado a soplar otros vientos, orientados hacia la meta de descubrir y desarrollar los aspectos positivos de las personas. Claro que siempre es aconsejable mantener un sano equilibrio y evitar los movimientos bruscos del péndulo cultural, pero siempre recordando que crecer y expandirse es el mandato de la naturaleza y de la vida, y que contrariarlo sistemáticamente sólo puede acarrear desdicha y frustración.
Cuando los talentos son detectados y valorados por los adultos no sólo se realimentan automáticamente, sino que también comienzan a ocupar un espacio importante en la vida mental y anímica, espacio que -y esto es crucial- se le resta a actitudes o tendencias negativas. Porque no es cierto que «el saber no ocupa lugar»: la mente rechaza el vacío y si no encuentra «algo bueno» lo hará con «algo malo», porque los seres humanos no toleramos el aburrimiento.
Unas simples preguntas, sumadas a la observación habitual, pueden bastar para saber de la apetencias y destrezas de los chicos y poder actuar en consecuencia: «¿Cuáles son las mejores cosas que te ocurrieron en los últimos días?», «¿Qué hacés cuando no tenés nada que hacer?, Con quién de tus compañeros o maestros te gustaría compartir tiempo fuera de la escuela?, ¿Por qué?, ¿Qué actividad escolar te resulta más fácil? Si fuera posible, ¿Qué te gustaría enseñarles a tus compañeros?, ¿En qué aspecto de tus tareas crees que has mejorado últimamente?
Es bueno que padres y maestros reflexionemos sobre estos temas, no sólo en función del aprendizaje académico, sino también para generar climas de bienestar que favorezcan el crecimiento y disminuyan las posibilidades de frustración, rebeldía y conflictividad.
Conversar con los niños, dedicarles nuestro tiempo, es una buena manera de comenzar este camino, hoy en día la única inversión segura es la educación de nuestros hijos…en esto no hay Ministro de Economía que pueda colocar un corralito a nuestros sueños de padres.
María Rosa Crigna de Mendes
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